Aproximación al pensamiento cívico de Olmedo

Desde mi escritorio en Ambato, el

La vigencia de Olmedo en el pensamiento cívico ecuatoriano.

Advertencia previa: No fue mi intención escribir un artículo tan extenso sobre las ideas y el pensamiento del prócer guayaquileño, tarea muy difícil la de sintetizar su legado histórico y más aún su pensamiento plasmado en nuestra literatura nacional.

Permítanme empezar con un extracto del discurso que diera nuestro prócer Olmedo, presidente de la Convención Nacional del Ecuador de 1835, luego de que don Vicente Rocafuerte asumiera la presidencia de la república en aquel momento histórico desarrollado en la ciudad de Ambato:

“La Convención Nacional, después de haber sancionado la carta en que deja escritos los derechos del pueblo ecuatoriano, y establecido la forma de su gobierno, ha querido confiar este caro depósito a vuestras manos, para que lo conservéis, y lo restituyáis íntegro, ileso, como lo habéis recibido”.

“El poder público no es una propiedad que se adquiere, no es un fuero, no es un premio que la Nación concede; es una carga honrosa y grave, es una confianza grande y terrible, que lleva consigo grandes y terribles obligaciones. El ciudadano investido del Poder no tiene más derechos, ni más prerrogativas que la de tener mayores facultades para hacer el bien, y la de ser el primero en marchar por la estrecha senda de las leyes; ni debe proponerse otra recompensa que la esperanza de merecer un día, por su moderación, por su constancia, por su cordial sumisión a las leyes, el amor de sus conciudadanos y la gratitud de la patria”.

Han pasado casi dos siglos (189 años para ser precisos) desde que el Dr. Olmedo pronunciara estas palabras, sabio y apropiado consejo que aún se mantiene vigente y, creo firmemente no debemos ignorarlo todos los ciudadanos de bien, en especial aquellos que administramos la cosa pública.

Hablar de don José Joaquín de Olmedo es recordar al estadista, literato, poeta, pensador y prócer, es reconocer al hombre admirable por sus facultades intelectuales, y mejor aún aprender de su ejemplo de vida como ciudadano, tal como escribiera de este gran guayaquileño el ilustre jesuita Aurelio Espinoza Pólit:

“A su patria pertenece como primer ecuatoriano que legítimamente gobernó un jirón del territorio nacional independizado; le pertenece como el hombre público hacia el cual, por espacio de un cuarto de siglo, se volvieron constantemente los ojos de todos para un sinnúmero de cargos oficiales, nunca por él apetecidos y desempeñados siempre con máximo desinterés y máxima pulcritud”.

Siempre presente en favor del bien común, asumió la responsabilidad histórica de forjar la naciente república ya sea como representante por Guayaquil ante las Cortes de Cádiz (1811), prócer de la Independencia de Guayaquil, presidente de la Junta de Gobierno de la Provincia Libre de Guayaquil, gobernador del Guayas, vicepresidente de la República del Ecuador y tantos altos cargos que desempeñaría, con justa y clara razón decimos que es un verdadero padre de la patria.

Si bien a Olmedo se le considera el poeta de la independencia americana y máximo exponente del Neoclasicismo en nuestro país, su pensamiento ha legado escrito en su abundante material literario de carácter político a manera de proclamas, manifiestos, cartas y leyes. Con este antecedente, quiero destacar que una de las mejores maneras de entender el valor y vigencia de su figura en el pensamiento cívico ecuatoriano es a través de su propia obra escrita.

Suya es la gloria del gran “Discurso sobre la supresión de las mitas” ante las Cortes de Cádiz en 1812, aquí se anticipa ya el gran campeón de la libertad; contribuyó a abolir el penoso trabajo de los indios: las Cortes abolieron la mita por unanimidad de votos y su discurso podría resumirse con sus propias palabras:

“Es admirable, Señor, que haya habido en algún tiempo razones que aconsejen esta práctica de servidumbre y de muerte; pero es más admirable que haya habido reyes que la manden, leyes que la protejan, y pueblos que la sufran.”

Años más adelante, llegado el momento de la emancipación política de Guayaquil, Olmedo participó activamente en las gestiones para conformar y dar forma jurídica al nuevo estado libre; el 8 de noviembre de 1820 asume el cargo de presidente de la Junta Superior de la provincia libre e independiente de Guayaquil, función que desempeñaría hasta el 13 de julio de 1822 cuando Bolívar lo hace cesar en el poder.

La primera declaración de independencia que tuvo nuestro territorio patrio la realizó Guayaquil y su Acta de Independencia es el documento más importante en la historia reciente de esta ciudad. Le sucede en importancia el Reglamento Provisorio de Gobierno aprobado por el Colegio Electoral de la Provincia, firmado el 11 de noviembre de 1820; quien le diera forma a este documento fue José Joaquín de Olmedo conjuntamente con el Dr. Luis Fernando de Vivero, secretario de la primera Junta de Gobierno.

Con 20 artículos se convierte en la primera Constitución promulgada en un territorio libre de la actual República del Ecuador, es decir Guayaquil ya tiene una base jurídica para su existencia, una ley fundamental para la constitución del estado:

Solo recordaré los tres primeros artículos conforman las disposiciones generales, teniendo en cuenta que los ciudadanos somos parte esencial de un estado, ciudadanía con libertades, derechos y obligaciones:

Art. 1.- La Provincia de Guayaquil es libre é independiente: su religión es la Católica; su Gobierno electivo; y sus leyes las mismas que regían últimamente, en cuanto no se opongan á la nueva forma de gobierno establecida.”

Art. 2.- La Provincia de Guayaquil se declara en entera libertad para unirse a la grande asociación que le convenga de las que se han de formar en la América del Sur.”

Art. 3.- El comercio será libre, por mar y tierra, con todos los pueblos que no se opongan á la forma libre de nuestro gobierno.”

José Joaquín de Olmedo predicó no sólo con palabras, lo hizo constantemente dando ejemplo de moral y ética, aunque este sea duro y penoso como sucedió al renunciar al Gobierno de la Provincia Libre de Guayaquil y denunciar al Libertador su atropello ante la libre determinación de los pueblos por la impuesta anexión a la Gran Colombia. Olmedo le escribe al Libertador Simón Bolívar:

“Yo puedo equivocarme; pero creo haber seguido en el negocio que ha terminado mi administración la senda que me mostraba la razón y la prudencia: esto es, no oponerme a las resoluciones de Ud. para evitar males y desastres al pueblo, y no intervenir ni consentir en nada para consultar a la dignidad de mi representación.

Yo tomo, pues el único partido que puedo, separarme de este pueblo, mientras las cosas entran en su asiento y los ánimos recobran su posición natural.” (Julio 29 de 1822)

Su carta, aunque llena de amargura y dignidad por los acontecimientos acaecidos, es el claro ejemplo de su prédica en civismo, tal como lo recogí al inicio: “El poder público no es una propiedad que se adquiere, no es un fuero, no es un premio que la Nación concede; es una carga honrosa y grave, es una confianza grande y terrible, que lleva consigo grandes y terribles obligaciones…”

Probablemente la más grande obra de la poesía épica del período en América Latina es aquella que le ganó el epíteto del “cantor” de Bolívar; me refiero a “La Victoria de Junín”, si bien el tema principal son las batallas que sellaron definitivamente la independencia de América del Sur, Junín y Ayacucho; entre verso y verso existen lecciones de patriotismo y valor, veamos por ejemplo esta famosa estrofa del mencionado canto épico cuando Bolívar en el campo de Junín arenga a sus tropas:

Sonó su voz: “Peruanos,

mirad allí los duros opresores,

de vuestra patria; bravos Colombianos.

en cien crudas batallas vencedores,

mirad allí los duros opresores

que buscando venís desde Orinoco:

suya es la fuerza y el valor es vuestro,

vuestra será la gloria;

pues lidiar con valor y por la patria

es el mejor presagio de victoria.

ACOMETED, QUE SIEMPRE

DE QUIEN SE ATREVE MÁS EL TRIUNFO HA SIDO;

QUIEN NO ESPERA VENCER, YA ESTÁ VENCIDO”

El hombre grande de la patria, también fue hombre de familia; no sólo el buen hijo y hermano, sino también el amantísimo esposo y padre que quiso dar enseñanzas de moral y civismo para su hijo José Joaquín; quien no recuerda esas estrofas tomadas de su “Alfabeto para un niño”:

Amor de patria comprende

Cuanto el hombre debe amar:

Su Dios, sus leyes, su hogar,

Y el honor que los defiende.

Honor es en sumo grado

El alma del ciudadano;

Sin honor es miembro vano,

O pernicioso al Estado.

Moral; la sana moral

Consiste en amarse bien,

En hacer á todos bien,

Y en no hacer a nadie mal.

Tiranía y opresión

Suenan y expresan lo mismo:

Para salir de este abismo,

Es honrosa toda acción.

Estas reglas, hijo amado,

Te harán un niño gracioso,

Un jóven pundonoroso,

Un hombre bueno y honrado,

Y un anciano respetado,

Que á sus iguales auxilia,

Sus diferencias concilia,

Con bondad, no con rigor,

Y muere siendo el honor

De su patria y su familia.

Me permito concluir esta brevísima exposición de tan amplio tema citando a Víctor Manuel Rendón con unas líneas de su biografía de Olmedo:

“Olmedo, antes que nada, amaba ardientemente a su patria. Nada le era más querido. Por ella siempre estuvo listo a sacrificar su descanso, la alegría de su hogar, sus consonantes estudios y su existencia. Todos los actos de su larga carrera política son sus más brillantes testimonios.. Olmedo murió el 19 de febrero de 1847 a la edad de 67 años. Todo el país se sintió de duelo. Las naciones americanas se unieron a su tristeza y sus más notables escritores prodigaron tanto en prosa como en verso, los testimonios de consternación por su muerte y de admiración por su genio”.

Grabado en su epitafio, el pueblo guayaquileño, lo recuerda con justicia y cariño:

“A Dios glorificador

Aquí yace el Doctor D. José Joaquín Olmedo

Fue el padre de la Patria

El ídolo de su pueblo

Poseyó todos los talentos

Practicó todas las virtudes.”

Fernando Mayorga.

Si te es de utilidad este artículo, no olvides citarlo correctamente.